poetas

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lunes, 12 de noviembre de 2012

Desahogo, dulce, tan dulce.

Pero yo no vine a pintar paisajes,
ni a buscarle los colores al agua cristalina de los ríos.
Tras el sonido turbio de las piedras golpeándose unas entre otras,
se puede escuchar la clara voz que repite una y otra vez el mismo sentimiento vacío.
Desde lo más oscuro de la realidad se encuentra esa ilusión totalmente perdida.
¿Para qué buscarla?
No, ya no hace falta.
He cometido errores, lo sé.
Los he repetido, lo sé.
Pero, ¿de qué me sirve construir un camino alejado de ellos si no recibiré nada a cambio?
Se me va la vida imaginando montañas verdes y cielos azules,
se me va la vida en estas letras,
se me va la vida tratando de entender lo que claro está.
Pero de repente vuelvo a ver la turbia sangre recorrer los valles,
los senderos, todo lugar que pisa el hombre en su soledad,
y todo pensamiento negativo me invade la vida.
Y como cada casa inhóspita que se derrumba por contener ausencia,
mi vida se desploma ante ese intrigante sonido de su voz.
Y mientras aparece él,
aparece la dulce melancolía
y los suaves recuerdos de momentos vividos,
momentos falsos, momentos vacíos.
Porque el amor cae, a veces, se levanta.
El amor cambia, el amor se mantiene pero a veces, solo se esfuma.
El amor está en ti, está en mí, está en nosotros,
pero a veces, simplemente, no deberían estar juntos.

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